Taparo o Totumo [Calabash Tree] (Crescentia cujete)

Como Dejar De Beber

Últimas como dejar de beber imágenes I found:


Taparo o Totumo [Calabash Tree] (Crescentia cujete)
92d58 como dejar de beber 2454740579 155c53e34c

Image by barloventomagico

Lugar: Finca La Pomarrosa, Barlovento, centro norte de Venezuela.


Place: La Pomarrosa Farm, Barlovento, north centre Venezuela.

__________________________________________________________________________


Sobre este árbol y su fruto he escrito lo siguiente:

__________________________________________________________________________


El totumo o taparo (Cresentia cujete) ha tenido desde la época indígena una enorme popularidad en todo el territorio de la actual Venezuela debido a la utilidad de sus frutos grandes y globosos, llamados totumas y taparas, los cuales le nacen, como al cacaotero, directamente del tronco y las ramas.


Decía Codazzi que «el totumo produce frutos de diversos tamaños generalmente redondos u ovales. De ellos se sirven la gente pobre y los indígenas para formar vasijas de toda especie, platos, cucharas y otros utensilios» (Codazzi, 1960 [1841], p. 99). Pero según Gonzalo Picón Febres también se valían de ellas los más pudientes, asegurando al respecto que «á no pocas señoritas, bastante aristocráticas, he visto yo en su casa llevando en las rosadas manecitas la rústica tapara, llena de agua del estanque. En las estancias, quintas ó conucos, lo que más anda en movimniento, de la casa á la quebrada y viceversa, es la tapara, ancha de asentaderas, redonda de barriga, pescuezuda unas veces y otras nó, y con un hueco ó agujero en su parte superior» (Picón, 1964 [1912], p. 276). En el pasado no podía faltar en el patio de la casa un árbol de totumo, ya que proveía a muchas familias de sus vajillas (Casale, 1994, p. 374).


Por otra parte, desde su llegada a América los europeos refirieron que los hombres de las etnias caribanas, incluidos los tomusas que poblaban Barlovento, acostumbraban utilizar unas especies de estuches para el pene elaborados con taparas. En tal sentido, el que fuera gobernador de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel, comentaba que «crían estos indios otros árboles que llaman totumos, que de su fruta hacen escudillas, taparas para agua, como botijas, cucharas y cobertura para su miembro genital. La fruta de este árbol es como calabazas; y de esto, hay árboles que echan pequeña y grande fruta» (Pimentel, 1964 [1578], p. 186). Por su parte, Fernando González de Oviedo, considerado como el primer cronista de Indias, señalaba que «los que son varones, traen el miembro viril metido en un calabacito cerrado o cuello de calabaza, y con un cordón ceñido le tienen y cubren aquella parte más deshonesta de su persona» (Fernández, 1986 [1535-1557], p. 253).


Los indígenas también le daban un uso ritual al fruto del totumo, ya que con él elaboraban las maracas, en esencia similares a las actuales, compuestas de un taparo «al cual, después de asado y extraída la pulpa, y horadado convenientemente, se le introducen semillas de capacho y un palillo o mango que sirve para agitarla» (Calcaño, 1950 [1896], p. 444). Se construía así sonajeros de diferentes tamaños que podían llevar grabados y adornos, especialmente plumas de ciertas aves, denominados maraka en varias lenguas aborígenes americanas, incluidas la caribe y la arauaca, según refería Lisandro Alvarado (Alvarado, 1984 [1921], p. 268), palabra al parecer de origen guaraní que para José Antonio Calcaño significaría «cráneo o calabaza, celestial o divina» (Calcaño, 1977, p. 152). Alvarado agregaba que la maraca, «en lo antiguo fue instrumento sagrado característico en el ritual de los piaches indígenas» (Alvarado, 1984 [1921], p. 268). Eso mismo decía, con lenguaje lírico, el barloventeño Pedro Lhaya en su poema titulado Aútshi y Wanülü, nombres guajiros, respectivamente, del piache y del espíritu malo que aquél debe vencer. La estrofa reza así:


«Aútshi llegó con la esperanza

sobre un caballo de ceniza,

iluminado de elixir negro

tocado de sobria alegría.

Con la maraca sagrada

Del esotérico rito antiguo,

Y en su sangre de estirpe mágica

El eco de los exorcismos.»


(Lhaya, 1957, p. 44)


La información antigua que nos ha llegado sobre el uso de la maraca por los piaches generalmente carece de objetividad, sobre todo cuando la fuente eran los frailes cronistas, ya que lo que referían era siempre «mirado con el prisma de sus prejuicios» (Alvarado, 1984 [1945], p. 200). Es el caso, por ejemplo, del jesuíta José Gumilla, quien al hablar de las prácticas curativas de los arauacos señalaba lo siguiente:


«Estos indios son los más diestros, y aun creo que son los inventores de la maraca, que se ha introducido también en otras naciones; y se reduce en un embustero, que se introduce a médico. Hace creer a los indios que habla con el demonio, y que por su medio sabe si ha de vivir o no el enfermo. Para estas consultas tienen sus casitas apartadas, pero a vista de las poblaciones; y encerrados en ellas los médicos, se pasan toda la noche gritando, y sin dejar dormir a nadie, así por los gritos, como por la maraca, que es un calabazo con mucho número de piedrecillas adentro, con que hacen un fiero e incesante ruido. Grita y pregunta al demonio el piache (así llaman a los tales médicos) y cuando se le antoja, muda de voz, y finge las respuestas del demonio» (Gumilla, 1963 [1741], p. 137-138).


Agregaba Gumilla, en nota a pie de página, que «el sonajero de calabaza con piedrezuelas lo estilaban muchos bárbaros, digo brujos y curanderos» de toda América. El franciscano Antonio Caulín no difería de Gumilla en lo esencial, siendo su escándalo tal vez mayor porque también los españoles americanos, que eran llamados indianos por los españoles peninsulares, consultaban a los piaches en diferentes materias, como se puede comprobar de la siguiente cita:


«Veamos ahora quienes son estos Piaches, ò brujos, que tan astutamente tienen engañado à tanto número de Infieles y Cathólicos. Son para la mayor parte unos Indios taimados, y comunmente de mal gesto, grandes embusteros, y embaidores, que hacen creer a los demás Indios, que hablan con el diablo, y que éste hace quanto ellos quieren, para hacerse respetables, y temidos por las gentes, y conseguir con estos diabólicos engaños el logro de sus intereses, y desordenados apetitos. Estos son los Médicos de los Indios; ò por mejor decir, matasanos de todas estas gentes, que se valen de ellos. Estos forman sus Escuelas en lo más retirado de los montes, donde baylan à obscuras, y hacen que invocan al demonio con muchas, y horribles mudanzas, flautas, y marácas, y con estas ceremonias crían tales créditos de brujos con los demás Indios, que presumen, son los Señores de la vida, y de la muerte, por verse respetados, y de todos temidos» (Caulín, 1992 [1779], p. 99).


La maraca era utilizada no sólo en las curaciones y en los ritos de iniciación, sino también en adivinaciones y otras ceremonias, como matrimonios, exequias y bailes propiciatorios, de lo cual ofrecía Lisandro Alvarado diversos ejemplos. La maraca era en manos del piache un medio para facilitar la comunicación con los espíritus, y sólo él conocía sus secretos. Sin embargo, «parece que en contadas ocasiones podían tocar las maracas, además del piache, otros miembros de la tribu» (Calcaño, 1977, p. 151). El mestizaje implicó que con el tiempo las maracas fueran perdiendo, «aun entre los mismos indios, su carácter sagrado» (Alvarado, 1984 [1945], p. 200). Como todos sabemos, las maracas se fueron incorporando sin mayor dificultad a la panoplia de instrumentos de acompañamiento de la música criolla, sin que falte quien haya sostenido que «nada enciende tanto entusiasmo en la gente del campo como el son de las maracas» (Calcaño, 1950 [1896], p. 444).


Las maracas dieron lugar también a expresiones y consejas populares, como era de esperarse, diciéndose aún hoy día maraquear el trago para significar que alguien bebe licor muy pausadamente en una fiesta, en tanto que si, en contrapartida, otro se pasara demasiado de tragos se comentaría que cogió una maraca de pea; también se arguye que una cosa es con arpa y otra con maracas cuando algo resulta más difícil de lo esperado, en tanto que pasarse de maraca equivale a pasarse de la raya, o bien a exagerar la nota. Menos usual resulta en la actualidad la expresión tratar a alguien como un palo de maraca, en el sentido de menospreciarlo (Calcaño, 1950 [1896], p. 322), lo mismo que ser un palo de maraca, entendida como «ser un cretino que se deja manejar a todo lo ancho del capricho ajeno» (Picón, 1964 [1912], p. 319), o al contrario, no ser un palo de maraca, que significa «no ser persona insignificante» (Alvarado, 1984 [1921], p. 269).


Ha sido tan popular el fruto del totumo o taparo que uno de los nombres indígenas que se le daba a uno de los objetos fabricados con aquél pasó a significar cualquier cosa. Se trata del «coroto», que designaba, según Angel Rosenblat, «una escudilla o recipiente indígena hecho con la mitad de una totuma: los llaneros lo usan todavía para beber agua o aguardiente. Los cantores de aguinaldos de Nochebuena cantan: "Nosotros somos cinco, / seis con el coroto, / y si no me lo llena, / por Dios que lo boto." Y el colmo de la maldad es: "Beberle la mazamorra a un sute y quebrarle el coroto en la cabeza." Pues el humilde coroto indígena se ha llenado de un contenido tan universal, que hoy puede designar cualquier objeto: "El pulpero se esfumó con todos sus corotos”» (Rosenblat, 1974 [1956], Tomo IV, p. 112). Pero también en Barlovento y los valles del Tuy usan aún, como antes lo hacían los tomusas y quiriquires, habitantes aborígenes de esas regiones a la llegada de los europeos, el coroto, aunque no lo llamen así, como se puede apreciar en la Glosa a mi tierra del cantor y compositor popular tuyero Juan Alberto Paz, nacido en Cúa en 1916, quien se ufanaba de su ascendencia en la estrofa siguiente:


«Aquí se toma aguardiente

en totuma, compañero,

porque somos los primeros

de los indios descendientes.»


(Paz, 1967, p. 27)


En cuanto a sus cualidades terapéuticas, se le han encontrado aplicaciones muy variadas, ya que «las hojas y cogollos se emplean para preparar baños de asiento para curar hemorroides. La pulpa del fruto, mezclada con azúcar, actúa como purgante. Y empleada como cataplasma, alivia los golpes y hematomas» (Delascio, 1985, p. 36).


Con usos tan diversos y tanta difusión, ya que ha sido cultivado por doquier, no es de extrañar que el totumo y su fruto hayan sido incorporados al folklore venezolano en refranes muy conocidos, como el que postula que «perro que come manteca, mete la lengua en tapara», o la expresión, hoy día inusual, «día de tapara y cachimbo», utilizada para indicar un día lluvioso «de estarse en casa bebiendo y fumando», o aquella otra que decía «se juntó la arroba de queso con la tapara de melado», equivalente a la más moderna de «se juntó el hambre con las ganas de comer», lo mismo que la copla popular según la cual «el que bebe agua en tapara, / o se casa en tierra ajena, / no sabe si el agua es clara / o si la mujer es buena» (Alvarado, 1984 [1921], p. 349).


A un árbol tan estimado por los indígenas y el pueblo llano no podía dejar de dársele una connotación religiosa. No resulta casual, por tanto, que en el siglo XVII d.C., época en que la conquista fue pasando a manos de los misioneros, el mencionado Caulín hubiera señalado un árbol de totumo como el lugar de aparición de «la devotísima Imagen de nuestra Señora del Socorro» en la ciudad de San Cristóbal de los Cumanagotos, predecesora de la actual Barcelona:


«Es voz común en dicha Ciudad, que esta devotísima Imagen fue aparecida en el sitio de Cumanagoto, donde estaba fundado el año de mil seiscientos y cincuenta, sobre un árbol que en este País llaman Totumo, y permanece hasta el presente frondoso, y fructífero. En este árbol, dicen los más, fue su primera invención, sin saber como, ò de donde fuese trasladada» (Caulín, 1990 [1779], p. 206-207).


Cuenta Caulín también que al ser mudada la ciudad la imagen fue llevada a la iglesia parroquial, pero ella se habría regresado al totumo por sus propios medios en dos oportunidades, hasta que, a la tercera vez, el traslado se hizo con las solemnidades y rogatorias debidas a una imagen tan milagrosa, lo cual habría permitido asegurar que ésta no se escapara de nuevo al totumo en cuestión. ¡Válgame Dios!

__________________________________________________________________________


Bibliografía citada


Alvarado, Lisandro. 1984 [1921]. «Glosario de voces indígenas de Venezuela». En: «Obras completas». Tomo I. La Casa de Bello. Caracas.


Alvarado, Lisandro. 1984 [1945]. «Datos etnográficos de Venezuela». En: «Obras completas». Tomo II. La Casa de Bello. Caracas.


Calcaño, José Antonio. 1977. «El atalaya». Monte Avila Editores. Caracas.


Calcaño, Julio. 1950 [1896]. «El castellano en Venezuela. Estudio crítico». Ministerio de Educación Nacional. Caracas.


Casale, Irma. 1997. «La fitotoponimia de los pueblos de Venezuela». Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela. Caracas.


Caulín, Fray Antonio. 1992 [1779]. «Historia corográfica de la Nueva Andalucía». Academia Nacional de la Historia. Caracas.


Codazzi, Agustín. 1960 [1841]. «Obras escogidas. Volúmenes I y II». Ediciones del Ministerio de Educación. Caracas.


Delascio Chitty, Francisco. 1985. «Algunas plantas usadas en la medicina empírica venezolana». Instituto Nacional de Parques. Caracas.


Fernández de Oviedo, Gonzalo. 1986 [1535-1557]. «Historia general y natural de las Indias: La Provincia de Venezuela». Fundación de Promoción Cultural de Venezuela. Caracas.


Gumilla, José. 1963 [1741]. «El Orinoco ilustrado y defendido». Academia Nacional de la Historia. Caracas.


Lhaya, Pedro. 1957. «Poemas guajiros». Tipografía Guanarteme. Caracas.


Paz, Juan Alberto. 1967. «Musa criolla». Editorial Senda Avila. Caracas.


Picón Febres, Gonzalo. 1964 [1912]. «Libro raro». Biblioteca de Autores y Temas Merideños. Mérida.


Pimentel, Juan. 1964 [1578]. «Relación de Nuestra Señora de Caraballeda y Santiago de León, hecha en Caraballeda. (Acompaña un mapa y plano de la ciudad)». En: Arellano Moreno (Compilador). 1964. «Relaciones geográficas de Venezuela». Academia Nacional de la Historia. Caracas.


Rosenblat, Angel. 1974 [1956]. «Buenas y malas palabras en el castellano de Venezuela». Tomos I a IV. Editorial Mediterráneo. Madrid.

_________________________________________________________________________________


Taparo [Gourd] (Crescentia cujete)
60d5d como dejar de beber 2181224473 132073a739

Image by barloventomagico

Lugar: Finca La Pomarrosa, Barlovento, centro norte de Venezuela.


Place: La Pomarrosa Farm, Barlovento, north centre Venezuela.

__________________________________________________________________________


Sobre este árbol y su fruto he escrito lo siguiente:

__________________________________________________________________________


El totumo o taparo (Cresentia cujete) ha tenido desde la época indígena una enorme popularidad en todo el territorio de la actual Venezuela debido a la utilidad de sus frutos grandes y globosos, llamados totumas y taparas, los cuales le nacen, como al cacaotero, directamente del tronco y las ramas.


Decía Codazzi que «el totumo produce frutos de diversos tamaños generalmente redondos u ovales. De ellos se sirven la gente pobre y los indígenas para formar vasijas de toda especie, platos, cucharas y otros utensilios» (Codazzi, 1960 [1841], p. 99). Pero según Gonzalo Picón Febres también se valían de ellas los más pudientes, asegurando al respecto que «á no pocas señoritas, bastante aristocráticas, he visto yo en su casa llevando en las rosadas manecitas la rústica tapara, llena de agua del estanque. En las estancias, quintas ó conucos, lo que más anda en movimniento, de la casa á la quebrada y viceversa, es la tapara, ancha de asentaderas, redonda de barriga, pescuezuda unas veces y otras nó, y con un hueco ó agujero en su parte superior» (Picón, 1964 [1912], p. 276). En el pasado no podía faltar en el patio de la casa un árbol de totumo, ya que proveía a muchas familias de sus vajillas (Casale, 1994, p. 374).


Por otra parte, desde su llegada a América los europeos refirieron que los hombres de las etnias caribanas, incluidos los tomusas que poblaban Barlovento, acostumbraban utilizar unas especies de estuches para el pene elaborados con taparas. En tal sentido, el que fuera gobernador de la Provincia de Venezuela, Juan de Pimentel, comentaba que «crían estos indios otros árboles que llaman totumos, que de su fruta hacen escudillas, taparas para agua, como botijas, cucharas y cobertura para su miembro genital. La fruta de este árbol es como calabazas; y de esto, hay árboles que echan pequeña y grande fruta» (Pimentel, 1964 [1578], p. 186). Por su parte, Fernando González de Oviedo, considerado como el primer cronista de Indias, señalaba que «los que son varones, traen el miembro viril metido en un calabacito cerrado o cuello de calabaza, y con un cordón ceñido le tienen y cubren aquella parte más deshonesta de su persona» (Fernández, 1986 [1535-1557], p. 253).


Los indígenas también le daban un uso ritual al fruto del totumo, ya que con él elaboraban las maracas, en esencia similares a las actuales, compuestas de un taparo «al cual, después de asado y extraída la pulpa, y horadado convenientemente, se le introducen semillas de capacho y un palillo o mango que sirve para agitarla» (Calcaño, 1950 [1896], p. 444). Se construía así sonajeros de diferentes tamaños que podían llevar grabados y adornos, especialmente plumas de ciertas aves, denominados maraka en varias lenguas aborígenes americanas, incluidas la caribe y la arauaca, según refería Lisandro Alvarado (Alvarado, 1984 [1921], p. 268), palabra al parecer de origen guaraní que para José Antonio Calcaño significaría «cráneo o calabaza, celestial o divina» (Calcaño, 1977, p. 152). Alvarado agregaba que la maraca, «en lo antiguo fue instrumento sagrado característico en el ritual de los piaches indígenas» (Alvarado, 1984 [1921], p. 268). Eso mismo decía, con lenguaje lírico, el barloventeño Pedro Lhaya en su poema titulado Aútshi y Wanülü, nombres guajiros, respectivamente, del piache y del espíritu malo que aquél debe vencer. La estrofa reza así:


«Aútshi llegó con la esperanza

sobre un caballo de ceniza,

iluminado de elixir negro

tocado de sobria alegría.

Con la maraca sagrada

Del esotérico rito antiguo,

Y en su sangre de estirpe mágica

El eco de los exorcismos.»


(Lhaya, 1957, p. 44)


La información antigua que nos ha llegado sobre el uso de la maraca por los piaches generalmente carece de objetividad, sobre todo cuando la fuente eran los frailes cronistas, ya que lo que referían era siempre «mirado con el prisma de sus prejuicios» (Alvarado, 1984 [1945], p. 200). Es el caso, por ejemplo, del jesuíta José Gumilla, quien al hablar de las prácticas curativas de los arauacos señalaba lo siguiente:


«Estos indios son los más diestros, y aun creo que son los inventores de la maraca, que se ha introducido también en otras naciones; y se reduce en un embustero, que se introduce a médico. Hace creer a los indios que habla con el demonio, y que por su medio sabe si ha de vivir o no el enfermo. Para estas consultas tienen sus casitas apartadas, pero a vista de las poblaciones; y encerrados en ellas los médicos, se pasan toda la noche gritando, y sin dejar dormir a nadie, así por los gritos, como por la maraca, que es un calabazo con mucho número de piedrecillas adentro, con que hacen un fiero e incesante ruido. Grita y pregunta al demonio el piache (así llaman a los tales médicos) y cuando se le antoja, muda de voz, y finge las respuestas del demonio» (Gumilla, 1963 [1741], p. 137-138).


Agregaba Gumilla, en nota a pie de página, que «el sonajero de calabaza con piedrezuelas lo estilaban muchos bárbaros, digo brujos y curanderos» de toda América. El franciscano Antonio Caulín no difería de Gumilla en lo esencial, siendo su escándalo tal vez mayor porque también los españoles americanos, que eran llamados indianos por los españoles peninsulares, consultaban a los piaches en diferentes materias, como se puede comprobar de la siguiente cita:


«Veamos ahora quienes son estos Piaches, ò brujos, que tan astutamente tienen engañado à tanto número de Infieles y Cathólicos. Son para la mayor parte unos Indios taimados, y comunmente de mal gesto, grandes embusteros, y embaidores, que hacen creer a los demás Indios, que hablan con el diablo, y que éste hace quanto ellos quieren, para hacerse respetables, y temidos por las gentes, y conseguir con estos diabólicos engaños el logro de sus intereses, y desordenados apetitos. Estos son los Médicos de los Indios; ò por mejor decir, matasanos de todas estas gentes, que se valen de ellos. Estos forman sus Escuelas en lo más retirado de los montes, donde baylan à obscuras, y hacen que invocan al demonio con muchas, y horribles mudanzas, flautas, y marácas, y con estas ceremonias crían tales créditos de brujos con los demás Indios, que presumen, son los Señores de la vida, y de la muerte, por verse respetados, y de todos temidos» (Caulín, 1992 [1779], p. 99).


La maraca era utilizada no sólo en las curaciones y en los ritos de iniciación, sino también en adivinaciones y otras ceremonias, como matrimonios, exequias y bailes propiciatorios, de lo cual ofrecía Lisandro Alvarado diversos ejemplos. La maraca era en manos del piache un medio para facilitar la comunicación con los espíritus, y sólo él conocía sus secretos. Sin embargo, «parece que en contadas ocasiones podían tocar las maracas, además del piache, otros miembros de la tribu» (Calcaño, 1977, p. 151). El mestizaje implicó que con el tiempo las maracas fueran perdiendo, «aun entre los mismos indios, su carácter sagrado» (Alvarado, 1984 [1945], p. 200). Como todos sabemos, las maracas se fueron incorporando sin mayor dificultad a la panoplia de instrumentos de acompañamiento de la música criolla, sin que falte quien haya sostenido que «nada enciende tanto entusiasmo en la gente del campo como el son de las maracas» (Calcaño, 1950 [1896], p. 444).


Las maracas dieron lugar también a expresiones y consejas populares, como era de esperarse, diciéndose aún hoy día maraquear el trago para significar que alguien bebe licor muy pausadamente en una fiesta, en tanto que si, en contrapartida, otro se pasara demasiado de tragos se comentaría que cogió una maraca de pea; también se arguye que una cosa es con arpa y otra con maracas cuando algo resulta más difícil de lo esperado, en tanto que pasarse de maraca equivale a pasarse de la raya, o bien a exagerar la nota. Menos usual resulta en la actualidad la expresión tratar a alguien como un palo de maraca, en el sentido de menospreciarlo (Calcaño, 1950 [1896], p. 322), lo mismo que ser un palo de maraca, entendida como «ser un cretino que se deja manejar a todo lo ancho del capricho ajeno» (Picón, 1964 [1912], p. 319), o al contrario, no ser un palo de maraca, que significa «no ser persona insignificante» (Alvarado, 1984 [1921], p. 269).


Ha sido tan popular el fruto del totumo o taparo que uno de los nombres indígenas que se le daba a uno de los objetos fabricados con aquél pasó a significar cualquier cosa. Se trata del «coroto», que designaba, según Angel Rosenblat, «una escudilla o recipiente indígena hecho con la mitad de una totuma: los llaneros lo usan todavía para beber agua o aguardiente. Los cantores de aguinaldos de Nochebuena cantan: "Nosotros somos cinco, / seis con el coroto, / y si no me lo llena, / por Dios que lo boto." Y el colmo de la maldad es: "Beberle la mazamorra a un sute y quebrarle el coroto en la cabeza." Pues el humilde coroto indígena se ha llenado de un contenido tan universal, que hoy puede designar cualquier objeto: "El pulpero se esfumó con todos sus corotos”» (Rosenblat, 1974 [1956], Tomo IV, p. 112). Pero también en Barlovento y los valles del Tuy usan aún, como antes lo hacían los tomusas y quiriquires, habitantes aborígenes de esas regiones a la llegada de los europeos, el coroto, aunque no lo llamen así, como se puede apreciar en la Glosa a mi tierra del cantor y compositor popular tuyero Juan Alberto Paz, nacido en Cúa en 1916, quien se ufanaba de su ascendencia en la estrofa siguiente:


«Aquí se toma aguardiente

en totuma, compañero,

porque somos los primeros

de los indios descendientes.»


(Paz, 1967, p. 27)


En cuanto a sus cualidades terapéuticas, se le han encontrado aplicaciones muy variadas, ya que «las hojas y cogollos se emplean para preparar baños de asiento para curar hemorroides. La pulpa del fruto, mezclada con azúcar, actúa como purgante. Y empleada como cataplasma, alivia los golpes y hematomas» (Delascio, 1985, p. 36).


Con usos tan diversos y tanta difusión, ya que ha sido cultivado por doquier, no es de extrañar que el totumo y su fruto hayan sido incorporados al folklore venezolano en refranes muy conocidos, como el que postula que «perro que come manteca, mete la lengua en tapara», o la expresión, hoy día inusual, «día de tapara y cachimbo», utilizada para indicar un día lluvioso «de estarse en casa bebiendo y fumando», o aquella otra que decía «se juntó la arroba de queso con la tapara de melado», equivalente a la más moderna de «se juntó el hambre con las ganas de comer», lo mismo que la copla popular según la cual «el que bebe agua en tapara, / o se casa en tierra ajena, / no sabe si el agua es clara / o si la mujer es buena» (Alvarado, 1984 [1921], p. 349).


A un árbol tan estimado por los indígenas y el pueblo llano no podía dejar de dársele una connotación religiosa. No resulta casual, por tanto, que en el siglo XVII d.C., época en que la conquista fue pasando a manos de los misioneros, el mencionado Caulín hubiera señalado un árbol de totumo como el lugar de aparición de «la devotísima Imagen de nuestra Señora del Socorro» en la ciudad de San Cristóbal de los Cumanagotos, predecesora de la actual Barcelona:


«Es voz común en dicha Ciudad, que esta devotísima Imagen fue aparecida en el sitio de Cumanagoto, donde estaba fundado el año de mil seiscientos y cincuenta, sobre un árbol que en este País llaman Totumo, y permanece hasta el presente frondoso, y fructífero. En este árbol, dicen los más, fue su primera invención, sin saber como, ò de donde fuese trasladada» (Caulín, 1990 [1779], p. 206-207).


Cuenta Caulín también que al ser mudada la ciudad la imagen fue llevada a la iglesia parroquial, pero ella se habría regresado al totumo por sus propios medios en dos oportunidades, hasta que, a la tercera vez, el traslado se hizo con las solemnidades y rogatorias debidas a una imagen tan milagrosa, lo cual habría permitido asegurar que ésta no se escapara de nuevo al totumo en cuestión. ¡Válgame Dios!

__________________________________________________________________________


Bibliografía citada


Alvarado, Lisandro. 1984 [1921]. «Glosario de voces indígenas de Venezuela». En: «Obras completas». Tomo I. La Casa de Bello. Caracas.


Alvarado, Lisandro. 1984 [1945]. «Datos etnográficos de Venezuela». En: «Obras completas». Tomo II. La Casa de Bello. Caracas.


Calcaño, José Antonio. 1977. «El atalaya». Monte Avila Editores. Caracas.


Calcaño, Julio. 1950 [1896]. «El castellano en Venezuela. Estudio crítico». Ministerio de Educación Nacional. Caracas.


Casale, Irma. 1997. «La fitotoponimia de los pueblos de Venezuela». Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela. Caracas.


Caulín, Fray Antonio. 1992 [1779]. «Historia corográfica de la Nueva Andalucía». Academia Nacional de la Historia. Caracas.


Codazzi, Agustín. 1960 [1841]. «Obras escogidas. Volúmenes I y II». Ediciones del Ministerio de Educación. Caracas.


Delascio Chitty, Francisco. 1985. «Algunas plantas usadas en la medicina empírica venezolana». Instituto Nacional de Parques. Caracas.


Fernández de Oviedo, Gonzalo. 1986 [1535-1557]. «Historia general y natural de las Indias: La Provincia de Venezuela». Fundación de Promoción Cultural de Venezuela. Caracas.


Gumilla, José. 1963 [1741]. «El Orinoco ilustrado y defendido». Academia Nacional de la Historia. Caracas.


Lhaya, Pedro. 1957. «Poemas guajiros». Tipografía Guanarteme. Caracas.


Paz, Juan Alberto. 1967. «Musa criolla». Editorial Senda Avila. Caracas.


Picón Febres, Gonzalo. 1964 [1912]. «Libro raro». Biblioteca de Autores y Temas Merideños. Mérida.


Pimentel, Juan. 1964 [1578]. «Relación de Nuestra Señora de Caraballeda y Santiago de León, hecha en Caraballeda. (Acompaña un mapa y plano de la ciudad)». En: Arellano Moreno (Compilador). 1964. «Relaciones geográficas de Venezuela». Academia Nacional de la Historia. Caracas.


Rosenblat, Angel. 1974 [1956]. «Buenas y malas palabras en el castellano de Venezuela». Tomos I a IV. Editorial Mediterráneo. Madrid.

_________________________________________________________________________________



Taparo o Totumo [Calabash Tree] (Crescentia cujete)

No hay comentarios:

Publicar un comentario